Correspondencia #11 (español)

06 Oct 2020
@ Levi Fanan / Fundação Bienal de São Paulo

A lo largo del proceso de construcción de la 34ª Bienal de São Paulo, su equipo curatorial, artistas participantes y autores, a través de cartas como ésta, reflexionan directa e indirectamente sobre el desarrollo de la exposición. Esta décimo primera correspondencia fue escrita por Vitor Cesar, autor del lenguaje visual de esta edición.

La ambivalencia es comprendida la mayor parte de las veces como un error, algo que no está claramente definido. Si miramos para la gramática, la ambigüedad sintáctica es llamada de anfibología, como en el ejemplo:

                    Los efectos de la obra de este artista son de su responsabilidad.

Para un revisor de texto, la frase probablemente necesita ser corregida, ya que no deja claro de quién es la responsabilidad, si es del artista o de quien lee la sentencia. Sin embargo, es posible observar desde otra perspectiva y comprender que tenemos ahí un doble sentido. En ese caso, la responsabilidad sobre los efectos de la obra seria compartida por ambos, artista y público. Una doble responsabilidad de lecturas, no contradictorias entre sí, declaradas simultáneamente. 

A medida que construimos cosas, también van siendo construidos lenguajes visuales y espaciales. Un banco que tiene una altura que invita a sentarse, un lugar que se convierte en un punto de encuentro en una plaza, una palabra que se destaca en la ciudad. En ese sentido – y en esa conversación -, también es posible encontrar cosas, objetos, situaciones que son difíciles de categorizar inmediatamente. Como una vereda que queda más alta por causa de una pendiente en la calle y es usada como un lugar para sentarse y encontrarse con gente. Ese tipo de indistinción puede llevar a nuevos léxicos.

La idea de una ambivalencia formal tiene poder en la medida en que proporciona una lectura desordenadora o reorganizadora de referencias que usualmente se entienden como neutras. Eso está en el horizonte de algunos de los proyectos que llevo a cabo y también guía el desarrollo del lenguaje visual de esta edición de la Bienal. Lenguaje visual, y no identidad visual, como forma de marcar una distinción en relación a los automatismos estructurados por la lógica corporativa del design – que prioriza propuestas estables y con máxima previsibilidad de las aplicaciones. 

En los primeros contactos con las propuestas curatoriales de esta Bienal, conocí algunas ideas de Edouard Glissant. Él problematiza la representación de la identidad como algo que tiene exclusivamente raíces fijas. Moviliza la imagen del archipiélago, entendiendo la identidad como alguna cosa que se construye en la relación entre diferentes contactos. Leer sobre eso reforzó la hipótesis de proponer un lenguaje visual sin “manual de aplicaciones”, pero con conjuntos de elementos y sintaxis iniciales que podrían ser experimentadas en diferentes combinaciones a lo largo del tiempo. Hacer, así, un experimento sobre cómo diferentes ideas y elementos –colores, tipografías, modos de ocupar una página, superposiciones, espesuras, materiales –podrían establecer nuevos arreglos en cada combinación entre ellos. 

La propuesta es el aprendizaje del lenguaje en su práctica, en el contacto y en la fricción con cada novedad o demanda.  Es el cruce entre las partes y los contextos implicados por ese lenguaje que le da forma y estructura: como una hoja de papel que deja de ser un plano único al ser doblada y arrugada, pasando a quedar de pie en el encuentro de dos planos. En ese pliegue reside su ambivalencia y también su apoyo.

El pliegue lleva a considerar la página en su tridimensionalidad, llevando la materialidad y la espesura del lenguaje visual más allá de la superficie del papel o de la tela. La supuesta neutralidad de los dispositivos que funcionan como soportes de lenguajes gráficos entra en cuestión y su diseño pasa a ser considerado. Quedan también en evidencia las diferencias entre impresos, carteles, banners, paredes y tótems: entre ellos no sólo varían las dimensiones y escalas, sino también los materiales, relaciones espaciales y el pensamiento gráfico impreso. 

Desde una perspectiva de ambivalencia, el lenguaje visual especializado se torna simultáneamente mediación, encuadre institucional y práctica gráfica, estableciendo sus propias relaciones con el contexto. Así, la pintura amarilla de un pasamanos actúa tanto como hilo conductor de un trayecto cuanto como elemento de diálogo entre evento, arquitectura y el ambiente del parque. El lenguaje visual, en este caso, pasa a tener menos una función de representación de la exposición y más un papel en el diálogo, como elemento que admite especulación y experimentación de ideas curatoriales para comunicar e invitar a construir otros sentidos.

La idea no es confundir las cosas. Es más interesante mirar para las prácticas que actualizan una indistinción entre ciertas fronteras disciplinarias, o que suscitan preguntas sobre por qué ocurren tales separaciones. La ambivalencia como resistencia a una inmediata categorización puede generar lecturas atentas a los diferentes códigos de visibilidad y ampliar el contacto y la fricción entre diferentes públicos. 



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