Correspondencia #7 (español)

24 Jun 2020
Agentes trabajan para la remoción de residuos de cesio-137 durante el accidente radioactivo en Goiânia, 1987. Foto: CNEN

A lo largo del año 2020, a través de cartas como ésta, el cuerpo curatorial de la 34ª Bienal de São Paulo hace públicas reflexiones sobre la construcción de la muestra. Esta séptima carta fue escrita originalmente en español por Ruth Estévez y Carla Zaccagnini.



Ruth Estévez – Decidimos llamar a la Bienal Faz Escuro mas eu canto (Hace oscuro pero canto). Desde el primer momento me pareció un título certero, sobre todo por la dificultad de entender que significaba esa idea de “Hace oscuro”.  Está oscuro, es oscuro, se está haciendo oscuro… ¿Era algo positivo o negativo? ¿Lo negativo era la oscuridad y lo positivo era cantar? No nos funcionaba esa división. 

Cada uno teníamos una forma de entender el "Eu canto” (Yo canto), y de repente dejó de tener importancia el “Faz escuro" (Hace oscuro). En mi caso, no podía verlo más que como un “yo lucho”, y sigo adelante, pase lo que pase.  En muchos momentos me he resistido a entender este título simplemente como la idea de: y a pesar de que está oscuro, tenemos que cantar… o que hay otras formas de cantar, incluso que tenemos que respetar las diferentes formas de cantar. O que cantar es, sobre todo, una celebración.

Me imagino si pudiéramos separar el título en dos, incluso se podrían hacer dos proyectos completamente diferentes… 

Faz Escuro (Hace oscuro)             Eu Canto (Yo Canto)


Carla Zaccagnini – Me gusta como separas el título en dos, dejando de lado la palabra central, la bisagra. En un momento pensé que tendríamos que cambiar esa palabra por otra, una que no suponga oposición inicial entre la oscuridad y el canto. No "Faz escuro mas eu canto" [Hace oscuro pero yo canto], sino "Faz escuro então eu canto" [Hace oscuro entonces canto] (o Faz escuro então cantemos) [Hace oscuro entonces cantemos]. El canto se hace más necesario en la oscuridad, no se trata de cantar a pesar de que se hace oscuro, sino de cantar porque esa es una forma de enfrentar la oscuridad. 

Muchos animales cantan y no lo hacen por celebración del día de hoy ni por fe en el día de mañana. Lo hacen por demarcar la posición donde están y el territorio que los circunda. Lo hacen para encontrar compañeros que reconozcan ese canto. Lo hacen porque así construyen activamente el futuro, en la próxima generación.

RE: Ayer nos mandaste a todos un video sobre un grupo argentino de punk llamado 2 Minutos, que proponía a los ciudadanos cantar la misma canción a una hora determinada, en esta etapa de cuarentena que, inevitablemente, atrapa nuestro diálogo. Cantar se ha convertido en una suerte de paliativo, en una sociedad donde lo oral tiene más relevancia que nunca, cuando hay pocas posibilidades de utilizar el cuerpo. En un momento donde las fronteras son el borde de nuestra piel, la voz es una forma de relación posible. Cantar es un acto de re-conocimiento, para que alguien pueda captar que, realmente, sigues ahí. Un “caminar a tientas”. 

El otro día estaba viendo un capítulo de la serie Chernobyl, una catástrofe invisible. En una de las escenas, una mujer anciana está ordeñando una vaca en su granja, mientras unos militares le exhortan a marcharse, dado el grado de radiactividad de la zona. Nos remontamos a 1986, cuando los soldados de la antigua Unión Soviética desalojaban un radio de 30 km aledaños a la central nuclear. La mujer, sin mirarle, empieza a narrarle su historia personal, que es la historia de la URSS, durante un siglo. Todos han muerto y solo queda ella. Finalmente le dice: He pasado por todo y sigo aquí. ¿Cree que me voy a ir por algo invisible? 

CZ – La amenaza invisible, por un lado, permite no creer. Es más fácil dudar de fantasmas que no vemos que dejar de temer a aquellos que no son más que apariencia: disfraz, maquillaje y ruidos grabados de cadenas. Por otro lado, cuando la amenaza es invisible, no ayuda prender la luz ni cerrar los ojos. Ni correr, porque la amenaza invisible o microscópica puede estar en cualquier lado, en todos lados al mismo tiempo. Y, lo que es peor, ahora, la podemos llevar dentro. Trasladarla y transmitirla sin saber. No solo tenemos que cuidarnos de cualquier persona y sus rastros, sino que tenemos que cuidar de nosotros a los demás. Frente a la amenaza actual, esa anciana estaría segura con su vaca hasta que se le acercaran los soldados.

En el año siguiente, 1987, el mayor accidente radioactivo ocurrido fuera de usinas nucleares tuvo lugar en Goiânia, a 200km de Brasilia. El origen del desastre fue un aparato de radioterapia obsoleto, olvidado en un edificio público abandonado, encontrado de casualidad por dos cartoneros y vendido a un chatarrero curioso que abrió la capsula y liberó el cesio-137 a fuerza de martillazos. Una suma de pequeños errores, casi domésticos, algo ingenuos, que terminó en centenas de muertes y toneladas de basura atómica. Brasil. El polvo, que en la oscuridad mostraba un brillo azul, se diseminó, no por su invisibilidad, sino por su belleza nunca antes vista.

Casi no hay distancia entre la invisibilidad y lo exageradamente visible. Una de las principales imprentas clandestinas durante la dictadura militar, en la Argentina, funcionaba en una residencia donde también había un criadero de conejos. La imprenta quedaba al fondo del terreno, detrás de un muro medianero falso. Se accedía por un embute debajo de las jaulas de los conejos. El mecanismo de abertura quedaba a la vista, con los cables aparentes, desprolijos, como olvidados. Así lo había construido el ingeniero, con la certeza de que “nada esconde mejor que la evidencia excesiva”, como había leído en La carta robada, de Edgard Allan Poe.

RE – Evidencia excesiva… quizá sea ese el problema …

A lo largo de estos dos años, han sucedido muchas cosas, una detrás de otra. Desde luego evidencias físicas, quizá más físicas que nunca (los incendios en la Amazonía o las revueltas en diversas partes del mundo, la pandemia global...). Por otro lado, empezamos la Bienal bajo una premisa metodológica, tratando de no evidenciar un tema concreto. Es como si hubiéramos creado una plantilla en la que ir acomodando las fichas, pero cada vez que teníamos el tablero lleno, llegaba una nueva ráfaga y las tiraba al suelo.

De repente llega un virus invisible con consecuencias devastadoras y olvidamos de un bandazo todas las pruebas empíricas que se fueron sucediendo. Ni fantasmas, ni ráfagas de luz, solo puros hechos. Creo que ni siquiera tenemos que preocuparnos de dejar los cables afuera para evidenciar el mecanismo y distraer la atención hacia otra cosa. Los cables están abiertos. La imprenta está a plena luz del día. La evidencia está comprobada. Los testigos ya han hablado y sus voces han sido registradas en todos los formatos posibles. Los fantasmas ya ni se molestan en hacerse transparentes. Todo está sobre la mesa desde hace tiempo. 

El problema es una cuestión de tiempos. Si nos apagan algunas bombillas por un breve espacio de tiempo nos volvemos locos. Si nos anuncian que el apagón llegará en algunas décadas seguimos tan tranquilos, haciendo caso omiso de las evidencias. 


CZ – Ver para creer, se dice, no? Como si los invidentes fueran siempre incrédulos. 

Siempre me imaginé el interior de los ojos ciegos como un cuarto totalmente oscuro, una habitación con cortinas blackout de las que se usan al Norte para compensar los días sin fin del verano. ¡La falta que puede hacer un lugar oscuro! 

Del título, más que el pero me preocupaba el escuro [oscuro], la asociación de lo oscuro con lo difícil, lo siniestro (que no por casualidad viene de izquierda), lo triste, lo incierto y el mal; una asociación construida por siglos. No se trata solo del canto, se trata de animarse a mirar hacia las sombras, acostumbrarse a las tinieblas y ver todo lo que cabe en la oscuridad. 

Helen Keller fue escritora, activista importante en la lucha por el sufragio universal y defensora del sindicalismo revolucionario. Ciega y sorda desde antes de cumplir dos años, cuando subió al recién inaugurado Empire State Building y le preguntaron que le había parecido la vista, respondió con una carta. Dice: “Al recordar ahora la vista que tuve desde el Empire Tower, estoy convencida de que, hasta que hayamos mirado hacia dentro de la oscuridad, no sabremos que cosa divina es la visión”. Y, es más: “la hierba y los cielos extraños que los ciegos miran son hierba más verde y cielos más celestes que los que ojos comunes pueden ver. […] Porque la imaginación crea distancias y horizontes que alcanzan el fin del mundo. Es tan fácil para la mente pensar en estrellas como en adoquines”. Todo cabe en la oscuridad.

Concluye diciendo que es (tal vez como nosotros) “una de esos que ven, y aun así creen”.¹



¹ Carta de Helen Keller a John Finley, 13 ene. 1932. Disponible en: https://archive.org/stream/newyorkthathelen00kell/newyorkthathelen00kell_djvu.txt. Acceso junio de 2020.

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